miércoles, 9 de diciembre de 2015

“Cartografía didáctica” para el análisis narrativo

“Cartografía didáctica” para el análisis narrativo - Lauro Zavala
La cartografía de Lauro Zavala
La propuesta del mexicano Lauro Zavala sirve como hoja de ruta tanto para abordar una lectura como para escribir un texto.
1.    Título
¿Qué sugiere? ¿Cuál es su sintaxis? Es decir, ¿cómo se organiza desde lo gramatical? ¿Tiene algún anclaje externo; se relaciona con el universo exterior al cuento? ¿Alude, en cambio, a elementos que aparecen en el relato? ¿Es polisémico; permite varias interpretaciones?
2.    Inicio
¿Qué función cumple? ¿Tiene relación con el final, lo prenuncia? ¿Qué extensión tiene?
3.    Narrador
¿Desde qué perspectiva (temporal, espacial, ideológica) se narra? En cuanto a la sintaxis: ¿qué persona gramatical habla y en qué tiempo lo hace? ¿Qué grado de omnisciencia y participación tiene? ¿Qué perspectiva adopta? ¿Dónde pone el foco? ¿Qué se dice, qué se omite? ¿Qué tono adquiere la narración (irónico, intimista, etcétera)?
4.    Personajes
¿Quiénes son? ¿Hay personajes planos (arquetipos y estereotipos)? ¿Quién focaliza la atención; quién es el protagonista? ¿Qué conflictos exteriores (oposición entre personajes) hay? ¿E interiores (contradicción entre pensamientos y acciones)? ¿Cómo es la evolución del protagonista? ¿Hay un falso héroe?
5.    Lenguaje
¿Cómo es el lenguaje del cuento? ¿Tradicional, experimental? ¿Qué relación guarda con las convenciones? ¿Qué figuras retóricas se usan? ¿Qué relaciones (repeticiones, tensiones, contradicciones) se establecen? ¿Qué juegos se utilizan: similitudes, polisemia, paradojas?
6.    Espacio
¿Dónde transcurre la historia? ¿Se precisa bien el lugar? ¿Qué relación hay entre el espacio y el tiempo? ¿Hay desplazamientos? ¿Qué significados adquieren estos? ¿La descripción de los objetos produce efecto de realidad?
7.    Tiempo
¿Cuándo ocurre la historia? ¿Cuál es la secuencia de los hechos narrados? ¿Hay una verosimilitud causal, lógica y cronológica? ¿Qué relación hay entre historia y discurso (duración, frecuencia, orden)? ¿Hay prolepsis, analepsis, elipsis, anáfora, catáfora? ¿Qué otros tiempos definen al cuento? ¿Cuál es el tiempo gramatical (voz narrativa? ¿Cuál, el tiempo interno de los personajes (espacialización del tiempo)? ¿Cuál, el de la escritura (cuentos sobre el cuento)? ¿Cuál, el de la lectura (ritmo y densidad textual)?
8.    Género
¿A qué subgénero pertenece el texto? ¿Qué modalidad tiene: melodramática, trágica, moralizante, irónica?
9.    Intertextualidad
¿Qué relaciones intertextuales existen en el texto? ¿Con qué estrategias se las aborda (citación, alusión, pastiche, parodia, simulacro, etcétera)? ¿Hay intercodicidad (con la música, el cine, el teatro, la pintura, etcétera)? ¿Hay híbridos (poema en prosa, ficción ultracorta, etcétera)? ¿Hay subtextos (sentidos implícitos)?
10.    Final
¿El final es epifánico (el del cuento clásico)? ¿Es abierto (el del cuento moderno)? ¿Es paradójico, a la vez epifánico y abierto?


EL AHOGADO MAS HERMOSO DEL MUNDO




Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

         Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
         No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
         Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
         No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
         —Tiene cara de llamarse Esteban.
         Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
         —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
         Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
         Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
         Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014)



CLAUDE MONET

PASEO NOCTURNO

Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.

Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?

La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta.
¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.

Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.

Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas.
La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.


Paseo Nocturno, título original “Passeio Noturno” de Rubem Fonseca, antologado en Os Melhores Contos Brasileiros de 1973 (Porto Alegre, Globo, 1974).


Traducción de Paula Vera.





Leszeck Kostuj

A LAS ACACIAS EN FLOR



Las acacias están florecidas

y mojadas por lluvia reciente,
yo te espero bajo ella sonriente
y creo ver tu silueta querida.

Apresura tu paso esperado

que ya vuelve de nuevo a llover,
hoy te espero contenta,
hoy al fin me he entregado sincera y resuelta
a creer pronta, muy pronta tu vuelta.


¡Esta lluvia me ha hecho vivir!



Poema

Méira Delmar

The Man with the Beautiful Eyes



Es un cortometraje animado hecho por Jonathan Hodgson basado en el trabajo original de Charles Bukowski.

La Muerte de Satanás

Esta es una historia real, no le pasó a ningún amigo, me pasó a mi hace un par de semanas y todavía me tiene muy asustado.

En frente de mi departamento viven tres gatos, a los cuales llamé Satanás, Lucifer y Mefistófeles tras agarrarles cariño después de tanto alimentarlos y lidiar con ellos cada vez que salía del departamento.

Un día, hace un par de semanas, cuando salí, me encontré, horrorizado, a Satanás envenenado justo en la entrada del departamento. El pobre gato estaba estirado, tieso y, todavía, tenía rastros de una espuma blancuzca en su boca.

Asqueado y dolido por la muerte del animal, lo tomé, tieso como estaba, en mis manos, lo metí en una caja y lo enterré en el parque que está en frente del edificio.

Los dos días siguientes a la muerte de Satanás fueron muy tristes, era la primera vez que se me moría una mascota. y hasta los otros dos gatitos, Lucifer y Mefistófeles, lucían afectados por la perdida de su amigo, porque no querían comer, jugar y casi ni maullaban cuando me veían.

Sin embargo, al tercer día después de la muerte de Satanás pasó algo mágico o tenebroso, depende de desde el punto de vista con el que se vea, porque cuando salí, me encontré, sorprendido, a Satanás maullando junto a Lucifer y Mefistófeles en la entrada del departamento.

Sin poder creer lo que veía, lo llamé "¡Satanás!" y, al escucharme, el gato voltio, me miró a los ojos y maulló como solía hacerlo antes de su muerte; al ver esto, incrédulo, lo llamé dos, tres y hasta cuatro veces más para ver si realmente era él y, cada vez que lo llamaba, el gato volteaba y me maullaba con su manera muy peculiar.

Desde entonces, Satanás sigue viviendo, cómo si nada hubiera pasado, junto a los otros dos mininos en frente de mi departamento. Y yo, a pesar de que cada vez que cuento la historia me dicen que lo desentierre para ver si el cuerpo sigue allí, prefiero aplicar la de Schrödinger y dejar al gato en su caja.

Nunca es Muy Tarde

En la última reunión familiar, todos nos quedamos sorprendidos cuando, inesperadamente, mi papá se levantó de la mesa y anunció:

- Voy a empezar a fumar.
- ¡¿Qué?! -gritó mi hermana menor-. ¡¿Estás loco, papá?!
- ¡Papá, déjate de tonterías, tú tienes 71 años! -dijo mi hermana mayor, no tan alterada-. ¿No te parece que estás muy viejo para la gracia?
- Por eso, -le respondió mi papá, colorándose-. ¡He pasado 71 años siendo un buen ejemplo, actuando al margen a la ley, comiendo sanamente y haciendo ejercicio todos los días, y ya me cansé de todo eso! ¡Voy a empezar a fumar!
- ¡No te quedes callado! -me dijo mi hermana menor.
- ¡Dile algo! -me dijo la mayor.
- Este... -titubeé por un segundo pero, después de ver la expresión de represión y frustración que tenía mi viejo en su rostro, me di cuenta que mi padre tenía razón y que yo no era nadie para impedirle nada- ¡Toma! -le dije a mi padre, sacándome una cajetilla de cigarros del pantalón y lanzándosela al otro extremo de la mesa.
- ¡¿Lo vas a apoyar?! -gritaron mis hermanas al unísono.
- Si. No soy nadie para impedírselo, si quiere fumar, que fume. Hay que entenderlo, ya está en la recta final y quiere vivir todo lo que se ha perdido en esos 71 años de vida correcta.
- Muchas gracias por entenderme, hijo -dijo mi papá, lanzándome de vuelta la cajetilla de cigarrillos-. Pero no me refería a cigarrillos.
-¿Ah? -preguntamos los tres hijos confundidos.
- Cuando dije que voy a empezar a fumar, me refería a marihuana, 420, cómo le dicen los jóvenes.
- ¿En serio? -preguntamos los tres de nuevo.
- Sí. Quiero sentir nuevas experiencias, ver todo desde otro punto de vista, saber lo que se siente.
- Bueno. ¡Toma! -le dije a mi padre, lanzándole de nuevo la cajetilla de cigarros-. Allí dentro hay dos joints que tenía preparado para más tarde.

Al escuchar y ver esto, mis hermanas me miraron boquiabiertas y, después de lanzarme una mirada asesina, sin decir nada más, se pararon, ofendidas, de la mesa, dejándonos a mi papá y a mi solos, lo que aprovechamos para fumar un rato y tener el mejor momento padre-hijo que he tenido en la vida.

Propuesta para mejorar la producción textual de los estudiantes de 11º a travès de la Literatura

Con el fin de mejorar la producción textual y la comprensión lectora de los estudiantes de 11º a través de la literatura, se propone utilizar relatos cortos con el fin de estimular la imaginación y creatividad de los estudiantes.

Se proponen algunos de los siguientes textos para analizar críticamente e incitar a los estudiantes a la comprensión y por consiguiente a la producción textual.

Un eje referido a los procesos culturales y estéticos asociados al lenguaje: el papel de la literatura

Nos referimos entonces al estudio de la literatura no como acumulación de información general: períodos, movimientos, datos biográficos, etcétera, sino como experiencia de lectura y de desarrollo de la argumentación crítica. Las teorías sobre el lenguaje (historia de la lengua, lingüística estructural, psico-lingüística, sociolingüística, texto-lingüística, análisis
del discurso) y las teorías literarias (estética literaria, sociología de la literatura, semiótica, retórica, versología, hermenéutica) constituyen las dos dimensiones de la formación de los docentes en esta área. Es sobre la base del dominio conceptual y teórico de estas dos dimensiones que el docente ha de optar por la selección de las categorías más pertinentes y por las estrategias pedagógicas más adecuadas para su recontextualización. De allí la importancia del dominio disciplinario (en los dos campos señalados) en los docentes, cuyo quehacer podríamos tipificar ayudándonos de las observaciones en el aula.

Las tendencias de docentes que privilegian el estudio del lenguaje desde una perspectiva pragmática y los que privilegian el análisis del texto literario, ayudándose de teorías del lenguaje y de teorías literarias,  conducen a innovaciones y se corresponden con docentes muy críticos, que leen y escriben con cierta constancia, pero no son la mayoría. Estos docentes no tienen dificultad para definir, por ejemplo, los mínimos de conocimiento que en lenguaje y literatura deberían tener los estudiantes que han optado por las ciencias. En el análisis de la producción escrita (uso del lenguaje), o de los modos variados del habla, necesariamente se han de retomar las categorías lingüísticas arriba enunciadas, como estrategia para identificar las anomalías o las desviaciones más protuberantes en niveles como la sintaxis y la semántica.

Surgen aquí categorías como las presentadas en este documento en el eje correspondiente a interpretación y producción de textos. Desde estas categorías el estudiante puede descubrir el funcionamiento de la escritura y tomar conciencia de la complejidad de este proceso. Por tanto, la escritura ha de asumirse como una manera de representar saberes y experiencias, lo cual indica el potencial epistemológico que se pone en juego cada vez que alguien escribe teniendo en mente a los interlocutores virtuales.

Un maestro innovador no intimida con el examen para que el estudiante lea, seduce y persuade con los comentarios críticos a las obras, provoca e interroga: se asume pues, sin proponérselo, como un crítico literario. Es la competencia literaria de los profesores de literatura lo que ha de conducir a la definición de criterios para la selección de los textos, considerando inclusive que muchas veces las expectativas de selección de un texto podrían no realizarse; pero aún así, para el caso de un docente innovador, una expectativa truncada se convierte en momento de reflexión (dar cuenta de la experiencia de recepción de un texto que no logró calar entre los estudiantes).

Resulta importante el acercamiento de los estudiantes al mayor número de obras literarias; pero si a través del bachillerato los estudiantes pudiesen leer unas cuantas obras a profundidad, sobre las cuales pudieran desarrollar el pensamiento conjetural y crítico, exteriorizado en lo oral y en lo escrito, estamos seguros que dicha experiencia habrá de impulsarlos hacia la autonomía como lectores competentes que asumen los textos desde el deseo y a través de toda la vida.